martes, 26 de noviembre de 2013

Vaso vacío

VASO VACÍO

Ahora cierro las ventanas
del alma.
Porque es bueno
reposar un poco.
No diré
que nada importa nada,
porque soy humano
y siento los dolores como fuego,
los dolores míos y los de otros.

Cierro los ojos
y los labios y cierro el escenario
donde deambula todo sueño.
Cómo sentir, oír, amar el Silencio
que es mi amada, que me habla,
sino callando.
Por eso ahora cierro
las ventanas y voy vaciando,
derramándolo, mi vaso de vino.
Porque quiero que lo vaya llenando
con sus manos lo divino.
Cómo antes iba a llenarlo
si me embriagaba de delirios
en noches repletas del más terrible olvido
de mí mismo,
si todo lo iba trastocando y tornando
en desvarío sin sentido, como un quijote
luchando contra gigantes
que al final siempre son molinos.

Pero ahora, sí, por un momento
al menos, cierro las ventanas,
y al cielo le digo:
por un momento he comprendido
y por un momento soy sabio,
por un momento vivo
y me despierto,
soy Quijano y no Quijote,
y dejo dulcineas y las lágrimas
vertidas por idealizadas damas
que jamás han existido
más allá del país de mi cabeza,
y dejo en el suelo y en la nada
mis sueños absurdos y mis armas rotas
y todos los caminos
que pisaron mis ejércitos vencidos,
que retornan.

Y me dirijo ahora
a lo que soy, y me dedico
sólo a contemplar vacíos.
Y el vaso sin vino se va llenando
poquico a poco de un agua de vida,
de lluvia de paraíso que limpia mi barro
inútilmente atormentado, mi sino
de personaje representando
sombras en todos los teatros.

Ahora descanso,
cerradas puertas y ventanas.
Y enamorados cantan pájaros
que olvidé en paisajes de alba.
Y hadas de infancia me cogen de la mano,
como niño extraviado
que se perdió jugando
y ya no supo cómo volver a casa.

Y seres queridos que marcharon
son Silencios que hablan sin palabras:
¿aún me amas? Y me tienden
sus manos que son almas.

Sí, ahora, cuando todo calla
oímos, bien clara,
viniendo desde el fondo mismo
de nuestra total derrota,
de nuestra ausencia
en todos los caminos de esta Tierra,
esa lluvia fresquísima de paraíso.
Y nos bañamos en ella
como cuando éramos niños,
empapados de alegría y magia.
Y sentimos cómo sus gotas van llenando
del amor más limpio,
del agua más buena, más alta,
el vaso de la desesperanza,
nuestro vaso vacío.

Chuan Chusé Bielsa