jueves, 12 de junio de 2008

La era del petróleo se ha acabado

El petróleo es un recurso escaso

No es relevante que el petróleo todavía tenga que jugar un papel básico en la economía mundial durante veinte o treinta años más para considerar que la era del petróleo ya ha acabado.

Lo trágico del caso es que nuestros gobernantes no hayan cumplido con su obligación de prever y paliar la situación que el mundo está viviendo en materia energética. No, no se está pidiendo que un gobernante sea una suerte de pitoniso, sino que hubiese sido bueno que se hubiese aprendido a analizar inteligentemente los datos que han estado encima de la mesa. Y los datos que apuntaban a la presente situación han estando durmiendo sobre el hule por lo menos desde mediados de la década de los setenta.

Se ha acabado la era del petróleo. Así de claro. Y como decía, es indiferente si éste ha de jugar un papel esencial, todavía, en nuestras economías. Sí, todavía tiene que jugar un papel crucial. Y sin embargo, es necesario reiterar: la era del petróleo se ha acabado. El petróleo ya sólo nos sirve como puente a unas nuevas posibilidades y realidades de futuro. El petróleo es presente y puente, pero ya no es futuro.

Que el petróleo ya no era el futuro ya lo sabíamos, incluso los que no tenemos la responsabilidad de gobernar. Lo que no entraba tanto en las previsiones de la mayoría era la entrada súbita y "a lo grande" de las economías de China, India, Europa Oriental y otros muchos países en el consumo despilfarrador del crudo, a imagen y semejanza de los países hasta la fecha "ricos".

Formo parte de una generación que creció ilustrándose con imágenes de ciudades chinas atiborradas de bicicletas, en donde la mera subsistencia de la población era un objetivo básico en aquellas latitudes. O con imágenes de una India irremediablemente hundida en el atraso económico y tecnológico. Pero todo cambia, no hace falta leer a Heráclito para certificarlo. Nuestro mundo contemporáneo ha cambiado sobremanera en las últimas décadas, el siglo XX dejó de ser lo que era con la caída del muro de Berlín, y fue la visión de la opulenta abundancia de la Europa democrática la que acabó de echarlo realmente abajo. Las tartas gustan a todo el mundo, no sólo a unos privilegiados. Todo el mundo tiene derecho a comer de esas delicias como el que más. Y cada vez se arremolina mayor cantidad de personas ante la mesa. En China e India también gustan de los dulces, aumentando exponencialmente la lista de comensales.

El problema es la tarta. Ahí, en la mesa, ciertamente muy grande, pero insuficiente para tanta multitudinaria avidez. Una tarta-petróleo que no crece a medida que van arribando comensales. Es normal que el pastelero, ante tan descomunal demanda, suba y suba los precios, que suben y suben _como globo_ hasta hacer evidente el problema al que nos enfrentamos : si queremos seguir comiendo todos sabrosas tartas tendremos que idear nuevas recetas. La receta de la tarta del más famoso pastelero ya no da más de sí.

El petróleo ya siempre será un bien escaso para la fabulosa demanda existente. Y las reservas nunca más podrán satisfacer, a unos precios razonables, las crecientes necesidades energéticas. La era del petróleo se acaba. Empieza una transición. Empieza, o debería empezar ya, una gigantesca labor de investigación a todos los niveles y en todos los países para ir descubriendo o mejorando otras formas de energía. Formas de energía, esta vez sí, absolutamente respetuosas con el planeta, absolutamente racionales con el aprovechamiento de los recursos. Es menester ir más allá de lo obvio: los biocombustibles podrían ser una salida fácil, pero suicida. Porque la primera prioridad es alimentar suficientemente a todo ser humano, ese es el primer deber sagrado al que se debe atender.

La era del petróleo se ha acabado. Empieza una nueva era. Un tiempo en el que el ser humano deberá aprender a respetar la naturaleza hasta límites desconocidos e impensables hasta ahora. En el que deberá desplegar como nunca su inventiva y su inteligencia. Empieza un reto gigantesco.

Juan Bielsa

 

martes, 3 de junio de 2008

Microposts

Es de sobra conocido: cuando la gente accede a Internet y lee artículos, noticias o posts en los blogs, la forma de leer es peculiar. Cuando leemos un libro o revista la forma de leer también varía enormemente en función de lo que buscamos en la lectura, pero llegado el caso, si encontramos algo que nos interesa de verdad, reseguimos el texto detenidamente, lo degustamos línea a línea, palabra a palabra, nos demoramos en una sabrosa contemplación. Leyendo en Internet, por lo general se escanea el texto con una cierta rapidez, buscando claves muy puntuales, piezas de información determinadas.

En mi caso, cuando encuentro algún texto que me interesa en la red, intento escanearlo y leerlo muy rápidamente, no me demoro parsimoniosamente en su lectura. Lo que sí hago bastante a menudo es imprimir aquellos textos que contienen información relevante o que merecen ser considerados con detención y profundidad.

No entraré en el tema de si es mejor escribir posts más cortos o más largos en un blog. Pero sí me gustaría decir que seguramente escribir con más frecuencia posts cortos, o incluso minúsculos, no sería mala cosa. Por lo menos, sabremos que si alguien encuentra esa información de su interés, va a leer ese post en su integridad. Es más, hasta el posible que lo lea varias veces, hasta es posible que se le grabe el breve contenido en la cabeza, hasta es posible que la forma de leer ese concreto post se asemeje a la forma en que se lee un libro, con atención, dando la importancia debida a cada palabra, a la puntuación, otorgando dignidad a cada frase.

Un post corto se lee en su integridad si es de algún interés para alguien, de eso podemos estar seguros, y puede contener tanta verdad y profundidad como un post larguísimo, o como todo un libro. ¿Por qué un texto ha de ser prolijo para ser de una gran utilidad, o para ofrecer un goce estético genuino? Mi paisano Baltasar Gracián ya lo enunció en archiconocida frase : "Lo bueno, si breve, dos veces bueno". En su libro "Oráculo manual y arte de prudencia" hay todo un apartado dedicado a reflexionar sobre la concisión y la brevedad, y de las ventajas que en general tienen sobre lo extenso y farragoso.

Los grandes artistas y genios de la humanidad llegaron a su maestría muchas veces por intrincados y complejos caminos, pero la formulación de su arte y su genialidad, en último extremo, siempre se plasmó a través de una economía en la expresión, a través de una reticencia a decir más de lo necesario, a través de la simplicación máxima. Hasta en la plasmación de una bella obra barroca se ha sabido decir sabiamente, en su justo momento: "basta..."

No, no hace falta que un texto sea extenso para ser útil o maravilloso, ni hace falta que una pintura esté llena para apuntar hacia lo absoluto o inexpresable. Una frase o una sola pincelada, si han aprehendido la suprema humildad, pueden transformarse en un evangelio acogiendo potencialidades sin fin.

Todo lo dicho puede ser acertado y apuntar en una buena dirección. Sin embargo, como en todo, queda aún lo más importante, lo esencial: practicarlo. Lo definitivo es la práctica, la praxis, el hecho, el auténtico milagro. Si no, todo puede acabar en humo, en una entelequia, como puede acabar este artículo si no pongo punto y final inmediatamente, porque ya se hace largo y empieza a contradecirse...

Juan Bielsa