EL MUSEO DE LOS CREPÚSCULOS
Lo confieso, soy un amigo de los crepúsculos. Cada
día asisto
a la mística despedida de la luz. Cada día el
crepúsculo crea una obra
de arte inigualable.
En ocasiones, ante algunos atardeceres portentosos, me he sumergido
en una Fe poética. Y nada ni nadie puede retener en soporte
alguno
semejante grandiosidad.
¿Cómo describir los colores,
las caricias,
la oración del crepúsculo? Es mejor
remitirse a los
recuerdos inefables
que nos dejó en lo más profundo.
Cada cual guarda en su intimidad las islas de ensueño
que habitó en compañía del sol que
declinaba. Todos hemos contemplado
paisajes solemnizados en la
transfiguración que otorga el crepúsculo
a los campos y al canto de los pájaros, a los montes recortados
entre carmines o violetas, a las vaguadas
donde las hadas podrían
ya danzar
entre sus luces de misterio. También nuestros
sueños y nuestra
mirada han quedado transfigurados ante la belleza
última que danza.
Es verdad, es apenas posible la
descripción de los crepúsculos.
El más grandioso espectáculo no se deja
atrapar. Podemos estar
inmersos en él, soñar
con él, pero su belleza sin parangón es un danzar
irreproducible, no
pertenece a la superficie de las cosas. El crepúsculo
nos remite a
nosotros mismos, a la semilla de eternidad que habita en nuestro
interior, nos remite a lo importante, a lo no transitorio, a aquello
que no engaña. El crepúsculo, como una verdadera
obra de arte, no
se demora en lo trivial y en lo fungible. El
crepúsculo, sabio, nos
hace entrever un destello de lo eterno.
¿Qué artista se aproximará siquiera con su
obra a la olividadiza obra
de arte del crepúsculo? ¿Qué artista nos
conducirá hasta el umbral de
lo sagrado, como lo hacen las luces elocuentes del
crepúsculo? Pues hemos
contemplado crepúsculos que eran _que son_ milagro y
plegaria en viaje
hacia los centros celestes.
Guardo preciosamente la costumbre de asistir, siempre que me
es posible, a la cita de mi museo de
crepúsculos. Perdidos en el
conjunto de sus delicias, vamos atravesando, una a una, las salas
de lo inexpresable, paisajes en calma, intuimos las moradas infinitas
que nos aguardan en la casa del padre.
Juan Bielsa