sábado, 29 de noviembre de 2008

Baroja. Sobria poesía en la novela.

Retrato de Pío Baroja

Los caudillos de 1830

Lacy paseaba durante las horas de sol por el campo y por la huerta de Gastizar. Subía con Miguel a un manzanal en un alto, y se sentaba sobre algún montón de hierba seca.

Desde allá, la antigua casa solariega parecía rejuvenecerse, galvanizarse por arte mágico, cuando le daban los rayos del sol. Las viejas piedras de Gastizar se doraban, las vidrieras centelleaban y lanzaban dardos, el dragón de la veleta se agitaba en el aire azul...

Al caer de la tarde el caserón parecía desde arriba un inmenso dado de oro; luego al inclinarse más los rayos solares, adquiría un tono de púrpura y parecía algo irreal y fantástico... De pronto el sol se ponía detrás de un robledal, y en un instante desaparecía la llamarada. Al momento en el valle todo era oscuridad, frialdad, melancolía.

Lacy suspiraba y volvía a Gastizar...

En la sala de Gastizar había siempre por aquella época jarrones con inmensos ramos de crisantemos. Era uno de los lujos que madama de Aristy gustaba tener en su casa.

Mezclados con los crisantemos, madama de Aristy ponía matas de heliotropo que perfumaban la estancia.

Muchas noches Alicia y Miguel tocaban alguna sonata, de violín y piano, de Beethoven, y se le veía a Lacy escuchar muy conmovido con la cara llena de lágrimas.

Pío Baroja
Los caudillos de 1830

Pío Baroja, gran poeta

Pío Baroja (Vera de Bidasoa, Navarra, 1872 - Madrid, 1956) es sin ninguna duda uno de los mejores novelistas en castellano de todos los tiempos. El texto literario que publico de él en este post lo he extraído de un libro de texto de infancia. Sus autores son José García López y Carmen Pleyán. Por cierto, Carmen Pleyán figuraba como autora en la mayoría de textos de Lenguaje en los que estudié. Sin duda, fue una extraordinaria pedagoga y divulgadora.

En el libro mencionado los autores citados apuntan: "En este fragmento se ofrece un ejemplo de la vena lírica de Baroja. Su sentido del paisaje lo convierte en uno de los mejores poetas de su generación."

Estoy de acuerdo. Aunque Baroja escribió pocos versos, y aunque éstos apenas tienen interés para nosotros, encontramos en sus novelas maravillosas descripciones poéticas de paisajes y sentimientos. En los momentos en los que la omnipresente acción de las novelas de Baroja se relaja o se remansa, suele aparecer con frecuencia una luz y una voz poética que transfigura mágicamente todo cuanto toca, tierras y hombres. En estos oasis de lirismo Pío Baroja nos asombra con su profunda y auténtica poesía; se convierte en un excelso poeta. Escribe poesía en prosa; sobria, elegante, sugeridora, de ritmo hondo.

Todavía recuerdo cuando, en mi adolescencia, leí La casa de Aizgorri. Quedé deslumbrado con las descripciones poéticas que Baroja hacía del paisaje vasco. Uno se sentía inmerso entre los prados de un verde intenso, o escuchando las tenaces lloviznas de la tierra vasca, o viviendo en la intimidad de los caseríos.

Sí. Baroja: gran poeta en prosa.

Juan Bielsa

domingo, 9 de noviembre de 2008

La paz que se anhela

La tarde de lluvia, transcurriendo en una modesta casa en el campo, nos conduce a la isla de la serenidad. Lluvia lenta, pacífica, contemplativa. Lluvia que invita a apoyar la vida sobre columnas firmes, reales. Medita cada tranquilo pensamiento en su remanso, meditan, tras la ventana, cereceras, higueras, laureleros..., roseras y árboles del paraíso, y también meditan, húmedos, los hermosos bancos de piedra que construyó mi padre, y el cielo calmo y los sembrados, y meditan los montes recostados en la lejanía, perdido su color. Todo acoge en su meditación frescor y caricias, las gotas despiertan destellos, amores, con sus labios. Olvidada inocencia...

En un momento, que se instaura sin tiempo, se abren puertas profundas, y nuestro interior nos habla de mundos olvidados y posibles. E intuimos con claridad el exceso pesado de todas nuestras dispersiones en la vida, caminos innumerables que recorrimos y que no consiguieron aportar la paz que se anhela.

La gata, cerca de la vieja estufa, dormita en una posición inverosímil, feliz en su yoga inmaculado, oyendo la música de la lluvia, quizá. Yo he querido leer, he querido pintar, y he leído y he pintado, como en sueños, envuelto en una luz silenciosa, pero lo he dejado todo, al fin. He desembocado, absorto, en el ritmo y la hondura misteriosa de la tarde-lluvia.

Así, inmóvil, sentado en la silla pequeña de madera, instalado en el supremo lujo del silencio, uno contempla la serenidad de los espacios, se es el cuerpo de la lluvia, se viaja con la lluvia, uno se transforma en nogueras solitarias tras las cortinas de gotas y, en la viñas, en sarmientos firmemente unidos a la vid. Hay charcos de agua clara en los caminos que se adentran en los vallejos poblados de pinares, reino de la soledad.

Juan Bielsa