lunes, 21 de abril de 2008

La estética Wabi-Sabi

Almendros en flor - Fotografía de Juan Bielsa

Cada cierto tiempo se pone "de moda" alguna disciplina venida del Extremo Oriente. Puede ser algún arte marcial determinado, o algún aspecto más práctico como el Feng Shui, o algún arte relacionado con el Zen.

El Feng Shui ya es sobradamente conocido en Occidente. Ahora le toca el turno... al Wabi-Sabi. Aspectos de la estética japonesa que tienen centenares de años de antigüedad son lanzados como auténticas novedades para el público occidental.

Siempre me he sentido fascinado por la estética vehiculada por el Zen. Hace muchos años gustaba de pasear por vaguadas solitarias con libros sobre estética zen. Hace muchos años construí un jardín vacío, flanqueado por pequeñas rocas como islas. Mejor: alguien paseaba en la soledad. Alguien construyó un jardín sin nada.

Todos sabemos cómo el Zen impregna la gran mayoría de las artes japonesas (por no decir todas), desde la pintura hasta el Ikebana. Y lo mismo se podría decir del Shinto, que conforma el conjunto de creencias espirituales en Japón anteriores a la llegada del Zen. Zen y Shinto, conjugados, nos dan las claves para la comprensión de las corrientes estéticas japonesas.

El Shinto aporta un elemento de reverencia hacia la naturaleza. El Zen aporta un elemento de simplicidad, de pobreza, de autenticidad sin grandilocuencias, de no-ego.

En Japón no se valora como un valor preponderante la especulación filosófica o religiosa. En lugar de ello se prefiere acceder al conocimiento más profundo a través de la meditación a que da lugar la práctica de las diferentes artes influenciadas por el Zen. La práctica de cada uno de estas artes es un do, es decir, un camino hacia la comprensión de la realidad.

Hay sencillas prácticas que constituyen todo un camino espiritual, como el Chado, la vía del té. Basta apuntar unas breves pinceladas sobre esta vía para introducirnos en el significado del Wabi-Sabi.

El lugar donde practicar el Chado tiene como escenario la casa del té, o sukiya. Antes de llegar a ella, un pequeño jardín nos invita a la reflexión y a la purificación. El camino del té, o roji, nos conduce a una modestísima morada, la casa del té, que en realidad es más bien una simple cabaña, con una puerta increíblemente pequeña para cualquier persona, una puerta realmente diminuta. ¿Por qué una puerta de tan pequeñas dimensiones? Porque la condición imprescindible para cualquier meditación es la humildad, sin la cual la práctica del Chado carecería de sentido. Por eso la persona debe agacharse para entrar a este mundo del Cha no Yu, la ceremonia del té.

Una vez dentro de la casa del té, nos inclinamos con reverencia hacia el tokonoma o altar, donde una pintura o un arreglo floral, elaborados de acuerdo a un despojamiento propio de las artes Zen, nos acogen con un primer aliento de simplicidad. Esta simplicidad es la característica primera del sukiya (casa del té), donde no encontraremos elementos decorativos, donde sólo reinan el vacío y el silencio como requisitos imprescindibles para sumergirnos de forma consciente en la contemplación.

Los utensilios empleados para hacer y tomar el té son los estrictamente necesarios, todos caracterizados por una absoluta sencillez, sin adornos. Incluso se dará preferencia a una taza deforme en relación a otra perfectamente simétrica o sin irregularidades. Y es que en muchas artes Zen se abomina de lo pretencioso, de lo ostentoso, de lo forzadamente perfecto. Lo hermoso será siempre lo que luce sin querer lucir, el encanto que surge directamente de la autenticidad del no-ego.

A través de la ceremonia del té nos introducimos en una vía de meditación. Al tomar sin prisas, aquí y ahora, el sencillo contenido de la taza nos acercamos a una región donde la humildad se convierte en lo supremo, y a través de la cual puede intuirse la realidad última. Es este aprecio por la humildad el que tantas veces reconocemos en las artes japonesas, ya sea en un arreglo floral (Ikebana) hecho con apenas una ramita y musgo, o en un jardín de arena o grava rastrilladas, vacío, donde sólo emergen unas escasas piedras para hacer más patente esa vaciedad, para reconocerla como la esencia de la cual todo brota.

Sabi es sencillez, despojamiento en relación a todo lo innecesario, humildad. Es reconocer las limitaciones de nuestro pequeño ego y la radical impermanencia de todos los fenómenos.

Wabi es comprensión de la necesidad de seguir un camino de no-codicia, de hacernos conscientes de la belleza que atesoramos incluso cuando actuamos con aparente imperfección. Si esa imperfección surge de la humildad, del no apego, entonces es la puerta abierta hacia cualquier maravillosa posibilidad, por cuanto nos hemos adentrado en la vida misma que alimenta a todos los seres, en la esencia que compartimos con todos ellos.

Juan Bielsa