sábado, 1 de diciembre de 2007

 

EL MUSEO DE LOS CREPÚSCULOS

Lo confieso, soy un amigo de los crepúsculos. Cada día asisto a la mística despedida de la luz. Cada día el crepúsculo crea una obra de arte inigualable.

En ocasiones, ante algunos atardeceres portentosos, me he sumergido en una Fe poética. Y nada ni nadie puede retener en soporte alguno semejante grandiosidad. ¿Cómo describir los colores, las caricias, la oración del crepúsculo? Es mejor remitirse a los recuerdos inefables que nos dejó en lo más profundo.

Cada cual guarda en su intimidad las islas de ensueño que habitó en compañía del sol que declinaba. Todos hemos contemplado paisajes solemnizados en la transfiguración que otorga el crepúsculo a los campos y al canto de los pájaros, a los montes recortados entre carmines o violetas, a las vaguadas donde las hadas podrían ya danzar entre sus luces de misterio. También nuestros sueños y nuestra mirada han quedado transfigurados ante la belleza última que danza.

Es verdad, es apenas posible la descripción de los crepúsculos. El más grandioso espectáculo no se deja atrapar. Podemos estar inmersos en él, soñar con él, pero su belleza sin parangón es un danzar irreproducible, no pertenece a la superficie de las cosas. El crepúsculo nos remite a nosotros mismos, a la semilla de eternidad que habita en nuestro interior, nos remite a lo importante, a lo no transitorio, a aquello que no engaña. El crepúsculo, como una verdadera obra de arte, no se demora en lo trivial y en lo fungible. El crepúsculo, sabio, nos hace entrever un destello de lo eterno.

¿Qué artista se aproximará siquiera con su obra a la olividadiza obra de arte del crepúsculo? ¿Qué artista nos conducirá hasta el umbral de lo sagrado, como lo hacen las luces elocuentes del crepúsculo? Pues hemos contemplado crepúsculos que eran _que son_ milagro y plegaria en viaje hacia los centros celestes.

Guardo preciosamente la costumbre de asistir, siempre que me es posible, a la cita de mi museo de crepúsculos. Perdidos en el conjunto de sus delicias, vamos atravesando, una a una, las salas de lo inexpresable, paisajes en calma, intuimos las moradas infinitas que nos aguardan en la casa del padre.


Juan Bielsa