Almendreras tras las lluvias
Ofrenda de frutos de otoño
Poco a poco
se van asentando los colores
del otoño.
Poco a poco van marchando
las luces del verano
(no hace mucho nuestros ojos
aún eran heridos por los soles).
Yayo, los frutos de los campos
que trabajaste van madurando:
uvas en la viña de los abuelos;
higas en higueras escondidas
en ribazos secretos;
almendras que ya han abierto
sus pellejos de esmeralda;
royas manzanicas;
perfumados membrillos amarillos;
suaves tesoros resplandeciendo
en vergeles y huertos.
Las venas de la sagrada
Tierra hacen donación, al fin,
de sus días como ofrenda:
todos los dolores,
todos los gozos, todos los soles,
sequías, tronadas, nieblas,
todas las lluvias,
todas las rosadas,
todas las calladas
oraciones de los labradores
se han vuelto fruto,
soleada agua madura, sublimada.
Yayo, qué bonicos ahora
tus campos en este otoño
que está creciendo;
contempla el milagro naciendo.
Sobre esta plenitud
he aquí lo que yo también te ofrezco
como otro fruto de este tiempo:
mi recuerdo, las palabras
que tú amaste y que yo
continúo queriendo,
hablando todavía en el silencio,
las palabras que son el canto sagrado
de este Aragón nuestro.
¿Oyes yayo desde el cielo?,
ahora el viento lo está cantando
entre las hojas que desde lo alto
nos van dejando, sobre los campos viejos
que pisaste, que voy pisando.
Y una ramica de olivera
también te dejo
sobre la mesa de tu corazón,
una ramica bien llena de redondicas
perlas verdes, que hace muy poco
aún estaban en flor; son olivicas
del último impelte que plantaste;
ya creció, se hizo grande.
Yayo, aquí te dejo hoy
un puñado de la tierra
que yo amo, que tú amaste,
aquí te dejo enteros
mi amor y mi cariño,
aquí sobre los surcos
de los otoños continuaré viviendo
todavía un breve tiempo,
viendo con ojos que no son míos,
viendo con los ojos que me dejaste,
claros como cielos azulísimos,
para amar siempre contigo
sobre los campos siempre vivos,
siempre bonicos, un paraíso
eternamente proclamando primaveras.
Juan Bielsa