Desde la Tierra
Señor mío,
¿qué provocó esta insondable
catástrofe del mundo,
esta caída
en la sombra de los seres creados,
obligados a vivir sobre el fuego y el hielo
y el fango (Tierra de escarnio)?
Señor, ¿no sientes los océanos
sin orillas del dolor,
sus gigantescas, frías
olas batiendo en cada ser:
temblorosos corazones, anegadas voces,
pieles desgarradas, nublados ojos,
carnes y almas prendidas a todos
los cuchillos del horror?
Señor mío, ¿no te apiadas
de los seres terrestres,
obligados a sobrevivir arrastrados
sobre el cieno,
destruyendo a otros seres
y siendo destruidos a su vez,
muriendo solos,
ahogados en el pozo
hondísimo del pánico
(paz y luz destruidas),
sin una oración,
sin una mirada compasiva?
Señor mío, aquí estamos,
aquí están tus seres
sobre esta Tierra en sombra,
aquí estamos, encerrados
cada uno en nuestra gavia,
con ojos hundidos en el terror,
siendo contemplados por el cazador
que nos atrapó con diabólicas trampas,
y que ahora nos va mostrando con jactancia
(trofeo hecho de carne y de dolor)
a todos sus compañeros de la muerte.
Señor, ¿verdad que nos ves
en nuestras jaulas, sufrientes,
hundidos en la tierra
de la desesperanza, verdad
que contemplas nuestra vidas
descendidas a los abismos
de la angustia, verdad
que ves nuestros hoscos
universos?
Señor, señor, sólo nos queda
el horizonte de tu piedad,
sólo tu amor y tu promesa,
sólo el árbol de tu ciencia y de tu vida,
nuevos cielos, paraísos de bondad,
sin más tierras gélidas o ardientes
para las almas de los seres,
sin más prisiones en la simas
de un sufrimiento incomprendido,
más allá de las noches terrestres.
Señor, sólo nos quedan tus caminos
y tu primavera, la victoria
del país de la belleza y del espíritu,
allá donde existen nuevas albas
sin tacha y sin mentiras,
donde sólo se extienden, infinitas,
tu luz, tu compasión,
tus campiñas, tus montañas,
tus moradas bellísimas,
tu perdón, nuestra oración
_contemplación_,
tu eterno día.
Juan Bielsa