Debo reconocerlo. Conforme avanzo en la vida, me sumo más y más en la contemplación. Y tiendo a mirar todo y a todos con extrañeza, perplejo.
Observo cómo muchísimas personas se centran en millones de cosas (millones de temas) que a mí podrían entretenerme (y de hecho lo hacen) pero que considero, con perplejidad, perfectamente obviables (¿triviales?) en la mayoría de ocasiones.
(Yo mismo también, a veces, en las actividades cotidianas me pierdo en arrabales iluminados por fuegos de artificio. Y siempre, después, al concluir la fiesta de luces y quedar sólo el humo vagando en el silencio hosco, el corazón, sin tiempo, va pensando: "dios mío, dios mío".)
Sin embargo, leo (por ejemplo) un poema de algún poeta japonés de hace algunos siglos, influido por el Zen, y aquí veo esencia, leo y siento palabras que apuntan hacia una contemplación de la que todo depende. Esto me interesa. Aquí no hay sólo humo. Aquí hay una fiesta distinta, más honda y satisfactoria, sin chisporroteos brevívimos. Aquí algo serio se asienta en el alma, ofreciendo una alegría que no se agota en sí misma sino que va creciendo. Aquí hay verdad. Como hay verdad en la suprema inteligencia y en la suprema humildad, y en la compasión.
Perplejo ante el ruido del mundo. Sí, ya lo sé. Mi esperanza se sitúa fuera de los países tristes. Por eso es esperanza; es lo que me permite vivir, lo que me ayuda a vivir.
Juan Bielsa