Sembraré en el cielo
En bosques nuevos
más allá de estos yermos,
en mares vivos
que no seque el tiempo,
en soles que no sean extinguidos
por el frío
sembraré mi anhelo.
Sembraré mis rosas
en el cielo.
En nubes de ilusión
que contemplábamos de niños,
en voces bellas de seres
que tanto quisimos
y que jamás se han ido,
en crepúsculos orantes
que jamás fueron hundidos,
en lluvias altísimas
que nos llevan en sus ríos,
en aquello que jamás quede marchito
tras la vida
y que nunca exista
para un hosco vacío
sembraré deseos y suspiros.
Sembraré mi fe, mis pasos
en un dios que sea compasivo
y que al final explique,
si es posible, el inexplicable
mundo en que vivimos,
estos universos ardientes
y quemados.
Sembraré el sentido
de mis días en aquello
donde no pueda hacer su nido
la sombra carroñera del escarnio.
Amor mío, amor lejano,
tal vez perdido,
tú sabes bien que así te quiero,
sin dolor y hermosa para siempre
en galaxias de verdad y de cariño.
Amor mío, amor sin dueño,
mis besos sembraré sobre tus labios,
mi corazón, si es tu deseo, tendido
estará, cuando quieras, a tu lado,
acariciante; hermosísimo
será nuestro jardín celeste,
sonrientes las flores del amor
eternamente;
tu voz será una fuente
brotando de seguro manantío,
silenciosas canciones de frescor
brotarán bajo soles que no mueren,
inundando tu rostro de una luz
sin más edad que el infinito.
Amor mío,
ojalá el fruto de tu vientre
no sea nunca herido mortalmente
por el frío,
por la mano afilada del bandido,
que no sea nunca barco hundido,
que no sea carne de dolor y humo
ofrecida en un altar de angustia
en horrible sacrificio.
Amor mío, amor mío,
que no sea nunca
el fruto de tu alma, el fruto
de tu amor, luz que un helado olvido
apague con su nada, camino perdido
sobre el fango, ceniza de amor
sin redención, ciego navío
hacia mares y mundos sin sentido.
Amor mío, que sea tu fruto
en el jardín sin fin un feliz niño
en paz, contemplando en idilio,
finalmente, la Belleza.
Juan Bielsa